El ciruelo de nuestro jardín ha florecido.
Desprende un halo de frescura en su blanca exposición,
un bello adorno de dulces claridades.
Se adelantó unas semanas y desencadenó la sorprendida mirada del viento y el acogedor
latido de la tierra que lo sostiene y alimenta.
Si se contempla en silencio, se puede percibir una sutil llamada,
un leve resplandor que fluye anegando soledades,
una vital melodía que ilumina los corazones despistados.